domingo, 30 de julio de 2017

El nombre es el principio de todas las cosas*

(Sobre Mujer sin párpados, de Andrea Abreu)





Mujer sin párpados, tras el fanzine Primavera que sangra, es la primera publicación de Andrea Abreu (1995). Nunca es tarea fácil acercarse a la creación poética más reciente. La distancia es muy corta y el tiempo puede abrir el abanico de las signifaciones. Considero, sin embargo, que la posibilidad del error del crítico es también una función necesaria en las lecturas presentes y futuras que del libro pueden hacerse. Solo desde los diferentes puntos de vista, el diálogo y el continuo análisis los textos, estos pueden vivir. En las estanterías acumulan polvo y vejez, en las manos viven. Lejos de ofrecer una voz primeriza, la presencia e intuición poética de Andrea se advierten maduras y plenamente conscientes de la búsqueda emprendida. El libro, que se divide en tres partes, ha sido analizado en tres breves bloques que giran hacia la significación unitaria que presentan los poemas. Siguiendo los títulos propuestos por la autora en cada una de las partes, las conclusiones se ofrecen a continuación:



1
Mujer sin párpados

Los párpados, cuando se cierran, permiten dejar de mirar, humedecer los ojos. La ausencia de estos conlleva unos ojos siempre abiertos, pero también doloridos. Mujer sin párpados propone una superación de la dicotomía actividad/pasividad, hombre/mujer. Hélene Sixous, en La risa de la medusa, considera que esta ruptura sucederá “cuando ella despierte de entre los muertos, de entre las palabras, de entre las leyes”. ¿Y qué es Mujer sin párpados, sino ese despertar?

Una nueva condición se logra tras desposeer a los párpados de sus posibilidades. Ahora todo se ve, pero la claridad ante la losa de la memoria también supone un dolor. Si leemos a Camus, tanto en El mito de Sísifo como en La Caída, comprendemos que toda toma de conciencia de una realidad supone una carga que los inocentes desconocen. El acceso a la conciencia de la situación del yo en el mundo está relacionado con un desengaño. Por eso el ojo no solo sufre, sino que también se vacía, se convierte en cuenca y alguna vez la voz poética extraña el estado anterior: “Echo de menos los párpados cayendo […] extraño la blancura del ojo” (p.29). El ojo es símbolo de toda la identidad, de una realidad que es ahora visible. Para la mujer sin párpados no existe otra posibilidad que la de reconocerse en su nombre, expandir aquello que el yo es: “dibujar mi nombre / y luego escupirlo” (p.16). La identificación está con la conciencia de lo que el cuerpo constituye y con el nombre, que no se anuncia, sino que se escupe. Se expande como una ruptura a la vez que dice: “dibujar mi nombre / olvidar que existo”.

Esta forma de nombrarse se reconoce en el paso del tiempo, el yo abandona una infancia de protección y, en cierto modo, es conducido a descreer de ella:

doctor
tengo veinte años y aún no sé dormir sola
mi madre me ha dicho que me olvide
de compartir cama con los ángeles
que los ángeles se han ido
que los ángeles antes eran tres

miguel gabriel rafael (p.30).


2

deja que te cuente la historia de mi nombre


El nombre es el principio de todas las cosas. En este caso, el nombre se encuentra ligado al de la autora. Se presenta en la primera parte del libro como reivindicación y, en la segunda parte como cuestionamiento de la identidad: “pero ¿será lo mismo llamarse/ andrea que clarissa, clarissa/ que luz?” (p.36). ¿Qué ha sido lo que ha hecho que la identidad del yo se constituya en Andrea y no en otra cosa? Ese principio no elegido supone el primer paso de la existencia. Ahí es donde radica la gran duda en torno a la forma de nombrar al yo, que finalmente se concluye como estabilidad aparente de la existencia: “andrea es el huevo y yo soy la gallina” (p.37). El nombre andrea, que siempre aparece en minúscula, lo que le resta contundencia, está antes que el yo, antes que el cuerpo y dista, en cierto modo de él, aunque lo identifica. El cuerpo supone una consecuencia del nombre. Si el cuerpo mujer ha señalado una identidad, el nombre andrea ha dibujado otra parte de la misma.


3
Campos de Cenizas (La muerte y la vida abrazadas)

Mujer sin párpados constata todas las fases de una identidad. El cuerpo supera la inocencia, se cuestiona todas las raíces y las marcas que la historia y la decisión de los otros dispone, pero no demasiado tarde advierte un después de esta realidad. El cuerpo, con el tiempo, también presenta una caída como parte del ciclo de la existencia. No solo nace, crece, se cuestiona y se identifica, también se acaba. Pero el acabarse en el libro genera un círculo: las cenizas del cadáver se esparcen como semillas de las que pueden nacer flores. El cuerpo, que se ha acostumbrado a convivir con el dolor [“un pájaro azul se ha alimentado / de mis ojos todo este / tiempo” (p.44)], ahora emprende el último camino. De cuerpo activo y rebelde a cuerpo dolorido: ceguera, dolor y muerte [“yo no existo: me limito a morir” (p.45)].

Y este tercer paso del libro se piensa como pájaro. El pájaro es, al comienzo, símbolo de lo liberado. Ese pájaro azul que se ha alimentado de los ojos, pero ha permitido ver, tomar conciencia, al final se cuestiona el camino y quiere cortarse las plumas: “la libertad es un peso demasiado grande” (p.50). Pero pronto la voz poética responde: “como si la casa fuese un lugar seguro” (p.50). Regresar a la casa, en definitiva, no ofrece ninguna solución. Por un lado, la libertad es conciencia de un desgarro. Por otro lado, la casa no es ni mucho menos el lugar que se desea. Ante esta situación no parece ofrecerse alternativa que no sea la del devenir natural: nacer, crecer, luchar, doler, morir: “tú también has venido hasta aquí para constatar la tragedia” (p.52). Sin embargo, se levanta un elemento superior al mero proceso de la vida, que es la imaginación poética. Esta, la deberán tomar e interpretar los otros. Ya no forma parte del yo. Y esto, en definitiva, más que esperanzar, asusta:

no temo
en el fondo
el lugar
adonde
irán
a parar
mis huesos
me asusta
más saber
qué
harán
con toda
esta
imaginación (p.51).


* Texto leído en la presentación del libro en la Librería de Mujeres de Tenerife, el día 29 de julio de 2017.

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