en el fondo del bar, donde está toda la gente,
la máquina no cesa su trabajo.
unas monedas y cede sin preguntas
a quienes necesitan sus besos a la salida.
dentro está prohibido,
así que los amantes deben afuera
lamentarse de su lenta vida
mientras en sus pulmones se aferra
el orgasmo.
los veo siempre a la misma hora,
los idénticos restos de labio
quedan en la estación que los surca,
la acera acoge a los cuerpos
que no aman el café;
el viejo, en la otra esquina
no siente la más mínima curiosidad.
yeray barroso
No hay comentarios:
Publicar un comentario