Que
Rimbaud es una referencia casi ineludible para todo aquel que ha
llegado después es una evidencia. Pero existe cierto núcleo de
escritores que se han visto explotados dentro de estrategias
comerciales al ser proyectados como su reencarnación. Desde el
mercado editorial hay un impulso de etiquetar lejos de toda visión
crítica de la literatura, casi cogido todo con alambres, lo que ser
escritor, rebelde y joven supone. Bien lo sabía Bernard Grasset
cuando llegó a sus manos El
diablo en el cuerpo,
de Raymond Radiguet. El joven Radiguet, apadrinado de Jean Cocteau,
había bebido en sus fuentes literarias de autores como Mallarmé,
Verlaine o el propio Rimbaud. La polémica novela, que el joven
escritor revisó desde la etapa de su escritura, cuando tenía apenas
diecisiete años hasta que la misma fue publicada cuando ya tenía
veintitrés, fue pronto propuesta desde la elaboración del autor
como mito, entendiendo que desde esta perspectiva la obra podría
cuajar: “antes de poner a la venta El
diablo en el cuerpo,
[Bernard Grasset] adjudicaba a su autor la etiqueta de nuevo
Rimbaud, excelente
reclamo publicitario para una obra que iba a escandalizar a los
críticos más ortodoxos” (Lourdes Carriedo). Esto sucedió en
1923. Casi un siglo después parece que la sombra es alargada. En
poco difiere la estrategia que se ha seguido recientemente con la
obra de Félix Francisco Casanova, a quien se reeditó en el año
2014 con el siguiente lema: “Ese maldito Rimbaud canario”.
Han
pasado cuatro décadas desde que falleciera sin cumplir veinte años.
Hace pocas fechas hubiera cumplido sesenta. José Carlos Cataño
obtuvo el Premio de Edición del Benito Pérez Armas junto a Carlos
E. Pinto con su obra El
exterminio de la luz el
mismo año en que Casanova se alzó con el galardón. Al enterarse
del fallecimiento, Cataño recoge en su diario la impresión de la
extraña noticia, casi un telegrama en medio de sus pensamientos:
“Primera carta de Valdemoro, a través de Ernesto. Me notifica la
muerte del joven Casanova de Ayala, el que nos birló por un voto el
Premio Pérez Armas de Novela. Un accidente trágico, muerte por
asfixia en el baño, aunque alguno ha hablado de suicidio. No había
cumplido los veinte años.” (Los
que cruzan el mar,
p.60)
Normal
es hablar de la muerte cuando esta sucede, cuestionarse los porqués
cuando golpea a alguien joven. Al correr de las décadas lo que la
crítica debe hacer es adentrarse en las cuestiones que fundamentan
la obra y no enaltecer la misma partiendo del mito surgido de un
acontecimiento biográfico. Las últimas oportunidades de editar a
Casanova, entiendo, han sido perdidas pese al alcance de su
distribución y a los numerosos artículos aparecidos en prensa sobre
su figura. No solo se introducen lemas que entorpecen y llenan de
referencias externas la lectura, sino que se cometen erratas que
antes no había, como la introducción del posesivo
mi antes
de
madre
en el poema incrustado dentro de El
don de Vorace
(nada
vale una vida excepto otra vida, así la luz de los ojos de [mi]
madre guiarán mi balsa serena y abismal).
También se pierde la oportunidad de recuperar el texto leído por el
autor y que únicamente aparece en la primera edición de las cuatro
que se han realizado.
Ahora,
que se cumplen cuarenta y un años del fallecimiento de Félix Francisco
Casanova, quizá sea momento de entrar a analizar los textos. Hasta
hoy, aunque la obra se ha reeditado desde la década de 1970 en
varias ocasiones, no se ha realizado una edición crítica del global
de la misma, que se antoja necesaria, y sí un excesivo fijamiento en
la muerte y mitificación de este acontecimiento concreto.
En
este texto no voy a profundizar en su poesía. Trataré de exponer
brevemente algunas conclusiones extraídas a partir del análisis de
algunos de los núcleos de El
don de Vorace,
que se ahondan con mayor profundidad en el trabajo
El don de Vorace. Novela Lírica y actitud posmoderna, con
la intención de proponer un debate crítico necesario no ya sobre la
figura con el estigma del joven rebelde acompañado por Rimbaud, sino
desde la obra misma. ¿Qué dice? ¿Qué significa esta en el momento
en que se da?
El
don de Vorace
tiene presentes dos grandes líneas. Por un lado, una propuesta
lírica de la narración y, por otro lado, la muestra de ciertas
actitudes que se pueden denominar posmodernas.
¿Por
qué es una novela lírica? En ella reside un punto de vista poético
que utiliza la novela para acercarse a la función del poema.
Bernardo Vorace, protagonista y narrador, tiene una mirada repleta de
lirismo. Su punto de vista fundamenta el escenario y el motivo de la
novela. Por ello, se tiende en la misma a la escritura en forma de
diario.
Bernardo
no se siente cómodo en el mundo. Su aventura nace de una
contradicción interna y actúa impulsivamente. Quiere morir, pero es
inmortal. El desarrollo del mundo que vive el protagonista se
corresponde con el concepto de novela lírica. En la narración
tiende a explorar la corriente de conciencia. El universo que teje el
yo parte desde su perspectiva y su personalidad, centrando su
atención la mirada individual. El mundo está dotado de una intensa
carga de elementos simbólicos. Estas cuestiones aproximan la
modalidad narrativa a lo poético.
Los
movimientos de Vorace tienen una alta carga de irracionalismo con un
fondo filosófico. Si existe una confusión en el mundo en que vive,
la actuación impulsiva sirve para superar este estado confuso. En el
fondo, la voluntad absoluta de Bernardo es la de vivir, aunque
intenta terminar con su vida en varias ocasiones. Por la novela
transita una serie de personajes molestos. Todos los límites
impuestos por ellos deben ser transgredidos por el protagonista, que
en última instancia lucha por alcanzar un ideal simbólico,
representado en un poeta llamado Santiago Moreno, a quien Vorace
quiere llegar. Si el mundo es fuente de dolor y hastío tal y como se
presenta en la realidad, es el arte, representado en la música y la
literatura quien lo ayuda a superar esas circunstancias.
En
la novela, como hemos dicho, el protagonista tiene el objetivo
fundamental de alcanzar un ideal. Para ello se mitifica a sí mismo
como inmortal. Desde esta posición de inmortalidad sus actuaciones
son las únicas correctas y verdaderas. Pero esta conciencia de
inmortalidad operará manifestándose en el cuerpo, tanto en lo
psicológico como en lo físico, puesto que la permanencia en el
mundo que le ha tocado vivir conlleva su degradación corporal.
¿Por
qué entonces la fiesta de máscaras? ¿Para qué el disfraz? El
único objetivo que mueve todas las acciones de Bernardo es el de la
consecución de un ideal. Para obtenerlo es necesaria la máscara. En
la novela, esta identidad ocultada ayuda a afrontar el futuro
inmediato. Vorace siente que necesita eliminar a los personajes que
le resultan molestos durante una fiesta de disfraces. Toda esta lucha
con el mundo circundante responde a una necesidad de completarse. El
yo se considera incompleto y va en busca de elementos que lo llenen
que por la vía de la idealización.
Todo
lo que rodea a Bernardo Vorace es una suma trabas para la libertad
del yo. La convivencia con los personajes que lo rodean no ha sido
armónica y, por tanto, la primera persona actúa desde el egoísmo.
Su medio vital es antagónico a él y, como consecuencia, necesita
establecer un nuevo origen del mundo en que no exista ninguna de las
limitaciones que la primera persona tiene en el presente. Por ello
decide eliminar a todos esos personajes que lo molestan.
Hasta
aquí lo que sucede en la novela desde su condición de novela lírica
y sus contenidos. Pero también se encuentra una actitud que
establece grandes relaciones con elementos estudiados por teóricos
de la posmodernidad como Bauman, Lipovetsky, Jameson o Lyotard.
Si
vamos a los elementos extratextuales como ayuda para analizar lo
textual, Félix Francisco Casanova debe entenderse como un escritor
que concibe la literatura como una gran mentira y como un gran juego:
“Y
es que la Verdad es gilipolla, es mucho mejor la Mentira, pero no voy
a hacer un cuaderno de mentiras (esas están escritas en El
invernadero
y El
don de Vorace)”
(Yo
hubiera o hubiese amado).
La propia novela, en sí, está concebida desde su gestación como un
reto personal que tiene que ver con el alejamiento de la condición
del oficio del escritor. La novela fue escrita entre el nueve de
junio de 1974 y el veintitrés de julio del mismo año, es decir, en
poco más de un mes.
Pero,
¿Qué actitudes posmodernas están presentes? En primer lugar, las
jerarquías tradicionales se desregularizan. Las prohibiciones son
vistas como ataques injustificados a la primera persona, que quiere
ser libre y feliz. Toda aventura debe tener como objetivo conquistar
algo por y para el yo. Por ello, los órdenes tradicionales son
atacados: matrimonio, iglesia, amor u orden burgués. La vida se
cimienta en la imaginación e intereses personales del protagonista.
Su identidad, sin embargo, está dispersa. Berardo Vorace está
fragmentado y, por ello, quiere establecer un nuevo origen desde el
presente. Quiere vivir libremente sin la represión del otro. Su
lucha es individual.
Vorace
se mueve continuamente entre la euforia y la autoaniquilación. Está
descontento con el mundo e intenta suicidarse, pero no lo consigue.
Ante la imposibilidad, su inmortalidad se transforma hacia la
euforia. Está movido desde entonces por un objetivo vital de
libertad. Sin embargo, todo lo que sustenta su objetivo de vida no
puede sostenerse durante mucho tiempo. Los ídolos y las utopías no
son posibles. Los referentes de Bernardo mueren o lo desengañan: sus
padres, Santiago Martín y su propia mitificación como inmortal, que
es desmitificada. El final de la obra, por tanto, es desolador. El yo
se ha quedado solo y sin por venir. Está en un presente sin ideal
posible.
Esta
propuesta de lectura no pretende ser definitiva. Solo es eso, una
propuesta. Una posición que invita a otras posiciones a enriquecer
la obra por lo que la obra es y no por lo que la figura del escritor
en cuanto al poder de su imagen mitificada supone. Félix Francisco
Casanova hubiera cumplido hace poco sesenta años. El mejor regalo
que se le puede hacer, creo, es leer con atención lo que hay en sus
textos, ajenos a las etiquetas editoriales para establecer desde la
crítica literaria qué late en el pulso imaginativo del joven
escritor.
En
definitiva, superar el estigma será a su vez superar el análisis de
la obra desde el malditismo y desde referentes previamente
establecidos. Avanzar hacia ello será hacerlo en dirección de
comprender mejor la obra y de comprender mejor al autor.
Yeray Barroso Ravelo
Artículo publicado en el Nº341 de El Perseguidor, en Diario de Avisos, el 15 de enero de 2017
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